"Ambos bandos acordaron que la moral exige la renuncia al propio interés y a la razón, que lo moral y lo práctico son opuestos, que la moral no pertenece al dominio de la razón, sino al dominio de la fe y de la fuerza. Ambos bandos convinieron en que una moral racional no es posible, que en la razón no existe verdad o error; que en la razón no existe razón para ser moral.
“Cualesquiera fuesen sus desavenencias, tus moralistas han permanecido unidos contra la mente humana. Todos sus sistemas y tramoyas están diseñados para expoliar y destruir la razón. Ahora, debes elegir entre perecer o aprender que ser antimente es ser antivida.
“La mente humana es la herramienta básica para la supervivencia. Al hombre le es dada la vida, no la supervivencia. Le es dado su cuerpo, no así su sustento. Le es dada su mente, no su contenido. Para mantenerse con vida, el ser humano debe actuar, y para hacerlo debe conocer la naturaleza y el propósito de sus acciones. El hombre no puede alimentarse sin conocer el alimento y la forma de obtenerlo. No puede cavar una zanja ni construir un ciclotrón sin conocer su utilidad ni los medios para lograrlo. Para mantenerse vivo, el hombre debe pensar.
“Pero pensar es un acto selectivo. La clave de lo que irresponsablemente llamáis ‘naturaleza humana’, el secreto a voces con el que convives, y sin embargo temes mencionar, es el hecho de que el hombre es un ser de conciencia volitiva. La razón no funciona en forma automática; pensar no es un proceso mecánico; las conexiones 1ógicas no se hacen por instinto.
“El funcionamiento de tu estómago, tus pulmones o tu corazón es automático; el funcionamiento de tu mente, no. A toda hora de tu vida, puedes elegir pensar o evitarte ese esfuerzo, pero no eres libre de escapar a tu naturaleza, del hecho de que la razón es tu medio de supervivencia de manera que para ti, que eres un ser humano, la pregunta ‘¿ser o no ser?’ es lo mismo que ‘¿pensar o no pensar?’. “Un ser de conciencia volitiva no tiene un comportamiento automático. Necesita un código de valores que guíe sus actos. ‘Valor’ es algo que uno debe obtener y conservar; ‘virtud’ es la acción mediante la cual uno lo obtiene y conserva. El concepto de ‘valor’ implica una respuesta a la pregunta: ¿de valor para quién o para qué? Todo ‘valor’ presupone un criterio, un propósito y la necesidad de actuar frente a alternativas. Donde no hay alternativas, no son posibles los valores.
“Hay sólo una alternativa fundamental en el universo: existencia o no existencia; y le pertenece a una sola clase de entidades: los organismos vivientes. La existencia de la materia inanimada es incondicional; la existencia de la vida, no; depende de un curso de acción específico. La materia es indestructible, cambia sus formas, pero no puede dejar de existir. Só1o un organismo vivo enfrenta la constante alternativa: la cuestión de la vida o la muerte. La vida es un proceso de acción autosostenida y autogenerada. Si un organismo fracasa en esa acción, muere; sus elementos químicos perduran, pero su vida termina. Só1o el concepto de ‘vida’ hace posible el concepto de ‘valor’. Só1o para un ser viviente las cosas pueden ser buenas o malas.
“Una planta debe alimentarse para vivir; la luz solar, el agua, los elementos químicos que necesita son los valores que su naturaleza determinó que persiguiera; su vida es el parámetro de valor que dirige sus acciones. Pero una planta no tiene alternativas de acción; hay alternativas en las condiciones con las que se enfrenta, pero no en su función: ella actúa automáticamente para extender su vida, no puede actuar en pos de su propia destrucción.
“Un animal está programado para mantener su vida; sus sentidos le proveen un código de acción automático, un conocimiento automático de lo que es bueno y malo para é1. No tiene poder para ampliar su conocimiento ni para evadirlo. En situaciones en las que su programación resulta inadecuada, muere. Pero mientras vive, actúa en base a su programa, con seguridad automática y sin poder de elección. El animal es incapaz de ignorar su propio bien y de decidir escoger el mal y actuar como su propio destructor.
“El ser humano no tiene un código automático de supervivencia. Su diferencia con las demos especies vivientes es la necesidad de actuar frente a alternativas mediante la elección volitiva. El hombre no tiene conocimiento automático de lo que es bueno o malo para é1, de qué valores sustentan su vida, ni de los cursos de acción que su existencia requiere. ¿Osas balbucear respecto al instinto de autoconservación? El instinto de autoconservación es precisamente lo que el hombre no posee. Un ‘instinto’ es una forma de conocimiento inequívoca y automática. Un deseo no es un instinto. El deseo de vivir no le da a uno el conocimiento necesario para la vida, e incluso el deseo de vivir del humano no es automático: tu horrible secreto es que ése es el deseo que tú no posees. Tu miedo a la muerte no es amor a la vida, y no te dará el conocimiento necesario para conservarla. El hombre debe obtener su conocimiento y elegir sus acciones mediante un proceso de razonamiento, proceso que la naturaleza no lo obliga a realizar. El hombre tiene el poder para actuar como su propio destructor, y ésa es la forma en la que ha venido actuando durante casi toda su historia.
“Un ser vivo que considera depravados a sus medios de supervivencia, no puede sobrevivir. Una planta que luchara por mutilar sus raíces, o un pájaro que quisiera quebrar sus alas no existiría por mucho tiempo. Sin embargo, la historia humana ha sido una lucha por negar y destruir la mente.
“El hombre ha sido denominado como un ser racional, pero la racionalidad es una cuestión de elección, y la alternativa que, su naturaleza le ofrece es: actuar como un ser racional o como un animal suicida. El hombre debe ser hombre por elección; debe considerar su vida como un valor, por elección; debe aprender a mantenerla, por elección; debe descubrir los valores que esto requiere y practicar sus virtudes, por elección.
“Un código de valores aceptado por elección es un código moral.
“Dondequiera que estés, a ti que me estas escuchando, le hablo a lo que pudiera quedar como remanente vivo e incorrupto en tu interior, al remanente humano, a tu mente, y le digo: existe una moral de la razón, una moral propia del humano, y la vida humana es su fundamento y su medida de valor.
“Todo lo que es conveniente para la vida de un ser racional es bueno; todo lo que la destruye es malo.
“La vida del hombre, tal como lo requiere su naturaleza, no es la vida de una bestia sin mente, de un bandido saqueador o de un místico vagabundo, sino la vida de un ser pensante; no es la vida por medio de la fuerza o el fraude, sino la vida por medio del logro; no es la supervivencia a cualquier precio, ya que sólo hay un precio que pagar por la supervivencia humana: la razón.
“La vida del hombre es el parámetro de la moral, pero la propia vida es su propósito. Si tu objetivo es la existencia en la Tierra, debes elegir tus acciones y valores según los parámetros humanos, a fin de preservar, realizar y disfrutar el valor irremplazable que es tu vida.
“Dado que la vida requiere de un curso de acción específico, cualquier otro la destruirá. Un ser que no tenga a su propia vida como el motivo y meta de sus acciones, está actuando según los motivos y criterios de la muerte. Un ser así es una monstruosidad metafísica, que luchando por oponerse, negar y contradecir el hecho de su propia existencia, corriendo ciega y desenfrenadamente hacia su destrucción, sólo es capaz de generar dolor.
“La felicidad es el estado exitoso de la vida, el sufrimiento es el agente de la muerte. La felicidad es el estado de conciencia que proviene del logro de los propios valores. Una moral que se atreva a decirte que encuentres la felicidad en la renuncia a tu propia felicidad, que valores la pérdida de tus propios valores, es una insolente negación de la moral. Una doctrina que te proponga como ideal el papel de un animal expiatorio que sólo quiere ser inmolado en los altares de otros, te está dando a la muerte como parámetro. Por gracia de la realidad y de la naturaleza de la vida, el ser humano es un fin en sí mismo, existe para sí mismo, y el logro de su propia felicidad es su más alto propósito moral.
“Pero ni la vida ni la felicidad pueden lograrse mediante la persecución de caprichos irracionales. El hombre es libre de intentar sobrevivir de cualquier manera, pero perecerá a menos que viva de acuerdo con su naturaleza. Igualmente, el hombre es libre de buscar su felicidad en cualquier fraude insensato, pero todo lo que encontrará será tortura y frustración a menos que busque la felicidad apropiada para é1. El propósito de la moral es enseñarnos, no a sufrir y morir, sino a disfrutar y vivir.
“Barre a un lado a esos parásitos de academia subsidiados, que viven de las ganancias de la mente de otros y proclaman que el hombre no necesita moral, ni valores, ni código de conducta. Esos, que se consideran científicos y aseguran que el hombre es sólo un animal, al que no conceden en el mapa de la existencia el lugar que le han concedido al más insignificante de los insectos.
“Esos imbéciles reconocen que cada especie viviente tiene una forma de supervivencia determinada por su naturaleza, no opinan que un pez pueda vivir fuera del agua o que un perro pueda vivir sin su sentido del olfato; pero el hombre, aseguran, el más complejo de los seres, puede sobrevivir de cualquier manera, no tiene identidad ni naturaleza, y no hay una razón práctica para que no pueda vivir con su fuente de supervivencia destruida, con su mente estrangulada y puesta a disposición de cualquier orden que ellos decidan instituir.
“Barre a un lado a esos místicos corrompidos por el odio, que se presentan como amigos de la humanidad y predican que la más alta virtud que un hombre puede practicar es considerar que su propia vida carece de valor. ¿Te dicen que el propósito de la moral es reprimir el instinto de autopreservación del hombre? Es justamente por el propósito de la autopreservación que el hombre necesita un código moral. El único hombre que desea ser moral es aquel que desea vivir.
“No, no estás obligado a vivir; hacerlo o no es la elección básica. Pero si eliges vivir, debes hacerlo como ser humano: a través del trabajo y del juicio de tu mente. “No, no estás obligado a vivir como un hombre; hacerlo o no es una elección moral. Pero no puedes vivir como otra cosa: la alternativa es ese estado de muerte en vida, cada vez más habitual para ti y los que te rodean, el estado de ineptitud para la existencia, que ya no es humano y es menos que animal, una cosa que no conoce más que el dolor y se arrastra durante años en la agonía de la autodestrucción involuntaria.
“No, no estas obligado a pensar; pensar es también un acto de elección moral. Pero alguien debió pensar para mantenerte con vida; si eliges no hacerlo, estafas a la existencia y le pasas el déficit a algún hombre moral, esperando que é1 sacrifique su propio bien para permitirte sobrevivir con tu maldad.
“No, no tienes por qué ser hombre; pero aquellos que lo son, ya no están aquí. Te he quitado tu fuente de supervivencia: tus víctimas.
“Si deseas saber cómo lo hice y qué les dije para hacerlos renunciar, lo estas oyendo ahora. Les di, en esencia, el mismo discurso que hoy te estoy dando a ti. Eran hombres y mujeres que habían vivido según mi código, pero sin conciencia de cuan grande era la virtud que eso representaba. Se los hice ver. Les ofrecí no una reevaluación, sino una identificación de sus valores.
“Nosotros, los hombres de razón, estamos ahora en huelga contra ti en nombre de un único axioma que es la raíz de nuestro código moral, de la misma forma que la raíz del tuyo es el deseo de huirle: el axioma de que la existencia existe.
“La existencia existe, y el acto de captar esa afirmación implica otros dos corolarios: que algo existe, que uno lo percibe y que uno existe poseyendo conciencia, siendo la conciencia la facultad de percibir lo que existe.
”Si nada existe, no puede haber conciencia: una conciencia sin nada de qué ser consciente es una contradicción. Una conciencia consciente de nada más que de sí misma es una contradicción: antes de poder identificarse a sí misma como conciencia, debió ser consciente de algo. Si eso que dices percibir no existe, lo que posees no es conciencia.
“Cualquiera sea el grado de tu conocimiento, estos dos principios, existencia y conciencia, son axiomas de los cuales no puedes escapar. Son principios irreductibles implicados en cualquier acción que emprendas, en cada parte de tu conocimiento y en su suma, desde el primer rayo de luz que puedas percibir al comienzo de tu vida hasta la más amplia erudición que puedas alcanzar al final. Sea que conozcas la forma de una piedra o la estructura del sistema solar, los axiomas son los mismos: que eso existe y que tú lo sabes.
“Existir es ser algo, por oposición a la nada de la no existencia, es ser una entidad con una naturaleza específica compuesta por atributos específicos. Siglos atrás, quien fue -independientemente de sus errores- el más grande de los filósofos, planteó la fórmula que define el concepto de existencia y la regla de todo conocimiento: ‘A es A’: una cosa es sí misma. Nunca has comprendido el significado de esta aseveración. Estoy aquí para completarla: la Existencia es Identidad, la Conciencia es Identificación.
“Sin que importe lo que se está considerando, sea un objeto, un atributo o una acción, la ley de la identidad se mantiene. Una hoja de un árbol no puede ser una piedra al mismo tiempo, no puede ser toda roja y toda verde al mismo tiempo, no puede congelarse y quemarse al mismo tiempo. A es A. O, si lo quieres en un lenguaje más sencillo: no puedes conservar la torta y al mismo tiempo comerla.
“¿Quieres saber qué está mal en el mundo? Todos los desastres que han asolado al mundo provinieron del intento de los líderes de ignorar el hecho de que A es A. Toda la maldad secreta que te espanta encarar en tu interior y todo el dolor que has debido soportar, provienen de tu propio intento de ignorar el hecho de que A es A. El propósito de quienes te enseñaron a ignorarlo fue lograr que olvidaras que el Hombre es el Hombre.
“El hombre no puede sobrevivir excepto mediante la adquisición de conocimiento, y la razón es su única manera de obtenerlo. La razón es la facultad que percibe, identifica e integra el material provisto por los sentidos. La tarea de los sentidos es darle la evidencia de la existencia, pero la tarea de identificarla pertenece a la razón; sus sentidos le dicen sólo que algo es, pero qué es, debe ser aprendido por su mente. “Todo pensamiento es un proceso de identificación e integración. El hombre percibe una mancha de color; integrando la evidencia de su vista y su tacto, aprende a identificarla como un objeto sólido; aprende a identificar al objeto como una mesa; aprende que la mesa está hecha de madera; aprende que la madera esta compuesta por células, y que las células están compuestas por moléculas, y que las moléculas están compuestas por átomos. En todo este proceso, el trabajo de su mente consiste en responder a una sola pregunta: ‘¿Qué es?’. Su forma de establecer la veracidad de sus respuestas es la 1ógica, y la 1ógica se basa en el axioma de que la existencia existe. La 1ógica es el arte de la identificación no contradictoria. Una contradicción no puede existir. Un átomo es sí mismo, y también lo es el universo; ninguno puede contradecir su propia existencia, ni puede una parte contradecir al todo. Ningún concepto creado por el hombre es válido, a menos que se integre sin contradicción a la suma total de su conocimiento. Llegar a una contradicción es confesar un error en el pensamiento; mantener una contradicción es abdicar a la propia mente y sustraerse del reino de la realidad.
“La realidad es aquello que existe; lo irreal no existe; lo irreal es meramente esa negación de la existencia que ocupa una conciencia humana cuando intenta abandonar la razón.
“La verdad es el reconocimiento de la realidad; la razón, el único instrumento de conocimiento del hombre, es su único parámetro de verdad.
“La frase más depravada que podrías pronunciar es preguntar: ‘¿La razón de quién?’. La respuesta es: ‘La tuya’. No importa cuan vasto sea tu conocimiento, o cuan modesto, es tu propia mente la que debe adquirirlo. Só1o se puede actuar en base al conocimiento propio. Es sólo tu propio conocimiento el que puedes afirmar poseer, o pedir a otros que consideren. Tu mente es tu único juez de la verdad... y si otros disienten de tu veredicto, la realidad es la última corte de apelación. Nada salvo la mente humana puede realizar ese complejo, delicado y crucial proceso de identificación que es pensar. Nada puede guiar al proceso salvo tu propio juicio. Nada puede guiar tu juicio salvo tu integridad moral.
“A ti, que hablas de ‘instinto moral’ como si fuera un atributo separado opuesto a la razón, te digo: la razón del hombre es su facultad moral. Un proceso de razonamiento es un proceso constante de elección en respuesta a la pregunta: ‘¿Verdadero o falso?’. Se debe plantar una semilla en la tierra para que crezca: ¿verdadero o falso? Se deben desinfectar las heridas para salvar la vida: ¿verdadero o falso? La electricidad atmosférica puede convertirse en fuerza cinética: ¿verdadero o falso? Las respuestas a estas preguntas te han dado todo cuanto posees, y esas respuestas surgieron de la mente de algún hombre, intransigentemente devoto de lo correcto.
“Un proceso racional es un proceso moral. Puedes cometer un error en cualquier paso, sin nada que te proteja excepto tu propio rigor, o puedes tratar de hacer trampa, de falsear la evidencia y evadir el esfuerzo de la búsqueda; pero si la devoción hacia la verdad es la marca de la moral, entonces no existe una forma de devoción más grande, noble y heroica que el acto de un hombre que asume la responsabilidad de pensar.
“Eso que llamas ‘alma’ o ‘espíritu’ es tu conciencia, y eso que llamas ‘libre albedrío’ es la libertad de tu mente para pensar o no pensar, el único albedrío que tienes, tu única libertad, la elección que controla todas las demás elecciones que haces y determina tu vida y tu carácter.
“La única virtud básica del hombre es el pensamiento: de ella proceden todas las demás. Y tu vicio básico, la fuente de todos tus males, es ese acto innombrable que algunos practican pero que no desean admitir: el acto de dejar la mente en blanco, la voluntaria suspensión de la propia conciencia, la negación a pensar; no la ceguera, sino el rechazo a ver; no la ignorancia, sino el rechazo a saber. Es el acto de desenfocar la mente y provocar una niebla interna para evadir la responsabilidad de juzgar, en base a la premisa nunca formulada de que una cosa no existirá si nos negamos a identificarla, que A no será A mientras no pronunciemos el veredicto: ‘Lo es’. No pensar es un acto de aniquilación, un deseo de negar la existencia, un intento, de borrar la realidad. Pero la existencia existe; la realidad no se puede borrar, simplemente borrará al borrador. Al negarte a decir ‘Esto es’, te estás negando a decir ‘Yo soy’. Al suspender tu juicio, niegas tu persona. Cuando un hombre declara: ‘¿Quién soy yo para saber?’ está diciendo: ‘¿Quién soy yo para vivir?’.
“Eso, a cada hora y en cada asunto, es tu elección moral básica: pensar o no pensar, existir o no existir, A o no A, entidad o cero.
“En la medida en que un hombre es racional, la vida es la premisa que dirige sus acciones. En la medida en que un hombre es irracional, la premisa que guía sus acciones es la muerte.
“A ti, que farfullas, que la moral es social y que el hombre no necesitaría ninguna moral en una isla desierta, te digo que es en una isla desierta donde más la necesitaría. Sólo déjalo pretender, cuando no haya víctimas para pagar el precio, que una roca es una casa, que la arena es ropa, que la comida caerá en su boca sin causa ni esfuerzo, que podrá recoger la cosecha mañana si devora las semillas hoy, y la realidad lo barrerá, tal como se lo merece; la realidad le demostrará que la vida es un valor que debe comprarse y que el pensamiento es la única moneda lo suficientemente noble para pagarla.
“Si yo hablara tu tipo de lenguaje, diría que el único mandamiento moral para el hombre es: ‘Debes pensar’. Pero la frase ‘mandamiento moral’ es una contradicción. Lo moral es lo elegido, no lo obligado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la razón no acepta mandamientos.
“Mi moral, la moral de la razón, está contenida en un solo axioma: la existencia existe; y en una única elección: vivir. El resto deriva de ella. Para vivir, el hombre debe considerar tres cosas como los valores supremos que rigen su vida: razón, propósito y autoestima. La Razón, como su única herramienta para el conocimiento. El Propósito, como su elección de la felicidad que esa herramienta procederá a lograr. Autoestima, como la inviolable certeza de que su mente es competente para pensar y de que su persona es digna de ser feliz, lo cual significa que es digna de vivir. Estos tres valores implican y requieren de todas las virtudes humanas, y todas ellas pertenecen a la relación entre la existencia y la conciencia: racionalidad, independencia, integridad, honestidad, justicia, productividad, orgullo.
“Racionalidad es el reconocimiento del hecho de que la existencia existe, de que nada puede alterar la verdad y que nada puede ser más importante que el acto de percibirla, o sea pensar; de que la mente es el único juez de valores y la única guía de acción; de que la razón es un absoluto que no admite compromiso; de que una concesión a la irracionalidad invalida la propia conciencia y cambia su tarea de percibir por la tarea de falsificar la realidad; de que el pretendido atajo hacia el conocimiento, la fe, es sólo una simplificación que destruye la mente; de que la aceptación de una invención mística equivale al deseo de aniquilar la existencia y, como consecuencia, aniquila la conciencia.
“La independencia es el reconocimiento del hecho de que la responsabilidad de juzgar es de uno y nada puede ayudar a eludirla; de que ningún sustituto puede pensar por uno, como ningún suplente puede vivir nuestra vida; que la forma más vil de autodegradación y autodestrucción es la subordinación de nuestra mente a la mente de otro, la aceptación de sus aseveraciones como hechos, sus dichos como verdad, sus edictos como intermediarios entre nuestra conciencia y nuestra existencia.
”Integridad es el reconocimiento de que no se puede falsificar la propia conciencia, así como la honestidad es el reconocimiento de que no se puede falsificar la existencia; de que el hombre es una entidad indivisible, una unidad integrada de dos atributos: materia y conciencia, y que no puede permitir brecha alguna entre cuerpo y mente, entre acción y pensamiento, entre vida y convicciones; de que, como un juez impermeable a la opinión pública, uno no puede sacrificar sus certidumbres a los deseos de otros, aunque toda la humanidad se lo suplique o lo amenace; de que el coraje y la confianza son necesidades prácticas, y el coraje, la forma práctica de ser fiel a la existencia, de ser fiel a la propia conciencia.
“Honestidad es el reconocimiento de que lo irreal es irreal y no puede tener ningún valor, de que ni el amor ni la fama ni el dinero pueden tener valor si se obtienen mediante fraude; de que un intento por obtener un valor engañando la mente de otros es equivalente a elevar a las víctimas por encima de la realidad, de que uno se convierte en un peón de su ceguera, un esclavo de su no-pensamiento y sus evasiones, mientras que su inteligencia, su racionalidad y sus percepciones se convierten en los enemigos a los que hay que temer y de los cuales hay que huir; es el reconocimiento de que uno no quiere vivir como dependiente, y mucho menos como dependiente de la estupidez de otros, o como un necio cuya fuente de valor son los necios a los que puede embaucar; de que la honestidad no es un deber social, no es un sacrificio por los demás, sino la virtud más profundamente egoísta que un hombre pueda practicar: su negación a sacrificar la realidad de su propia existencia a la confundida conciencia de los demás.
“Justicia es el reconocimiento de que no se puede falsificar el carácter del hombre así como no se puede falsificar el carácter de la naturaleza; de que se debe juzgar a los hombres con tanto cuidado como a los objetos inanimados, con el mismo respeto por la verdad, con la misma visión incorruptible, mediante un proceso de identificación igualmente puro y racional; de que cada hombre debe ser juzgado por lo que es, y tratado en consecuencia; de que, así como uno no paga un precio más alto por un pedazo herrumbrado de chatarra que por una pieza de metal precioso, no puede valorizarse a un corrupto más que a un héroe; de que la valuación moral es la moneda con que se paga a los hombres por sus virtudes o por sus vicios, y ese pago nos exige un honor tan escrupuloso como el que se utiliza en las transacciones financieras; de que negar el desprecio hacia los vicios es un acto de falsificación moral, así como negar la admiración por las virtudes es un acto de defraudación moral; de que colocar cualquier otra consideración por encima de la justicia es devaluar el circulante moral y defraudar al bien en favor del mal, dado que con la falta de justicia sólo los buenos pueden perder y sólo los malos pueden beneficiarse; y de que el fondo del pozo al final de ese camino, el último acto de bancarrota moral, es castigar a los hombres por sus virtudes y premiarlos por sus vicios; de que ése es el colapso y la rendición a la completa depravación, la Misa Negra de adoración a la muerte, la dedicación de nuestra conciencia a la destrucción de la existencia.
“Productividad es nuestra aceptación de la moral, nuestro reconocimiento de que elegimos vivir; de que el trabajo productivo es el proceso mediante el cual nuestra conciencia controla nuestra existencia, un proceso constante de adquisición de conocimiento y modelación de la materia para servir a nuestros propósitos, de traducir una idea en una forma física, de rehacer la Tierra a imagen de nuestros valores; de que todo trabajo es creativo si es realizado por una mente pensante, y de que ningún trabajo es creativo si lo realiza un vacío que repite en acrítico estupor una rutina que ha aprendido de otros; de que tú debes elegir tu trabajo, y de que tus opciones están en relación con tu capacidad, ya que nada mayor a ella es posible para ti, y de que nada menor es humano; de que hacer trampa para obtener un trabajo que supere la capacidad de tu mente es convertirte en un primate aterrorizado que funciona con movimientos prestados en tiempo prestado; y de que conformarse con un trabajo que requiere menos que la plena capacidad de tu mente es apagar tu motor y sentenciarte a la decadencia; de que nuestro trabajo es el proceso de alcanzar nuestros valores, y de que perder nuestra ambición por los valores es perder nuestra ambición de vivir; de que nuestro cuerpo es una máquina, pero nuestra mente es su conductor, y se debe conducir tan lejos como nos lleve nuestra mente, con la autorrealización como objetivo de nuestro camino; de que el hombre que no tiene propósito es una máquina que rueda cuesta abajo a merced de cualquier piedra que lo desbarranque; de que el hombre que suprime a su mente es una máquina detenida que se oxida lentamente; de que el hombre que permite que un líder le indique el rumbo no es más que chatarra remolcada hacia una pila de chatarra, y de que el hombre que convierte a otro hombre en su meta es una persona que pide que la trasladen y a quien ningún conductor deberá llevar; de que nuestro trabajo es el propósito de nuestra vida, y de que debemos arrollar a cualquier asesino que se crea con el derecho de detenernos; de que cualquier valor que encontremos fuera de nuestro trabajo, cualquier otra lealtad o amor, son sólo viajeros con quienes elegimos compartir el trayecto, pero deben ser viajeros capaces de viajar por sí mismos en nuestra misma dirección.
“Orgullo es el reconocimiento de que uno es su mayor valor y que, como todos los valores del hombre, debe ser ganado; que de todos los logros alcanzables, el que hace posibles a todos los demás es la creación de nuestro propio carácter; de que nuestro carácter, nuestras acciones, nuestros deseos, nuestras emociones son producto de las premisas sostenidas por nuestra mente; de que así como un hombre debe producir los valores físicos que necesita para mantener su vida, también debe adquirir los valores de carácter que hacen que su vida valga la pena; de que así como el hombre es un ser que genera su riqueza, también es un ser que genera su alma; de que vivir requiere un sentido de autoestima, Pero el hombre, así como no tiene valores automáticos, tampoco tiene una sensación automática de autoestima y debe ganársela moldeando su alma a imagen de su ideal moral, a imagen del Hombre, el ser racional que nació capacitado para crear, pero que debe crear por propia elección; de que la primera condición para la autoestima es ese radiante egoísmo del alma que desea lo mejor de todas las cosas, en valores materiales y espirituales, un alma que busca por encima de todas las cosas alcanzar su propia perfección moral, no atribuyendo a nada un valor por encima de ella misma; y que la prueba de una verdadera autoestima es el estremecimiento de desprecio y rebelión de tu alma en contra de asumir el papel de animal expiatorio, en contra de la vil impertinencia de cualquier credo que proponga inmolar el valor irreemplazable que es nuestra conciencia y la gloria incomparable que es nuestra existencia, a favor de las evasiones ciegas y el estancamiento decadente de los otros.
“¿Comienzas a entender quién es John Galt? Soy el hombre que ha ganado aquello por lo que tú no has luchado, a lo que has renunciado, traicionado, corrompido y sin embargo no has podido destruir completamente y que hoy escondes como un secreto culposo, malgastando tu vida en disculpas ante cada caníbal profesional, no vaya a ser descubierto que muy dentro de ti aún quisieras decir lo que ahora le estoy diciendo a toda la humanidad: ‘Estoy orgulloso de mi propio valor y de mi deseo de vivir’.
“Este deseo -que compartes, y sin embargo ahogas como si fuera maligno- es el único realmente bueno que te queda, pero es un deseo que debes aprender a merecer. El único propósito moral del hombre es su felicidad, pero sólo se puede alcanzar mediante la propia virtud. La virtud no es un fin en sí misma. La virtud no es su recompensa personal ni forraje de sacrificio para premiar el mal. La Vida es la recompensa de la virtud, y la felicidad es el objetivo y la recompense de la vida.
“Así como el cuerpo experimenta dos sensaciones fundamentales, placer y dolor, como señales de su bienestar o su malestar, como un barómetro de su alternativa básica, vida o muerte, así también la conciencia tiene dos emociones fundamentales, alegría y sufrimiento, en respuesta a la misma alternativa. Las emociones son estimaciones de aquello que extiende la vida o la amenaza, rapidísimas calculadoras que nos dan la suma de las ganancias o las pérdidas.
“No tienes elección sobre tu capacidad de sentir que algo es bueno o malo para ti, pero qué considerarás bueno o malo, qué te dará alegría o dolor, qué amarás u odiarás, desearás o temerás, depende de tu código de valores. Las emociones son inherentes a la naturaleza humana, pero su contenido le es dado por la mente. La capacidad emocional es un motor vacío, y los valores son el combustible con el que la mente lo llena. Si eliges una mezcla de contradicciones, se obstruirá el motor, se corroerá la transmisión, y te hará naufragar en tu primer intento por movilizarte en una máquina que tú, el conductor, has corrompido.
“Si colocas a lo irracional como medida de valor y a lo imposible como concepto del bien, si aspiras a recompensas que no has ganado, a una fortuna, o un amor que no mereces, a encontrar un atajo a la ley de causalidad, a que una A se convierta en no-A por tu mero capricho, si deseas el opuesto a la existencia, precisamente eso es lo que tendrás. Y cuando lo alcances, no digas que la vida es frustración y que la felicidad es imposible para el hombre; verifica tu combustible: es el que te ha llevado adonde quisiste ir.
“La felicidad no se alcanza por orden de caprichos emocionales. La felicidad no es la satisfacción de cualquier deseo irracional con que ciegamente intentes consentirte. La felicidad es un estado de alegría no contradictoria, una alegría sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus valores y que no te lleva a tu propia destrucción; no es la alegría de escapar de tu mente, sino la de usar su poder total; no es la alegría de disimular la realidad, sino la de alcanzar valores reales; no es la alegría de un borracho, sino la de un productor. La felicidad es sólo posible para el hombre racional, el que no desea más que objetivos racionales, que no busca más que valores racionales y no encuentra su alegría sino en acciones racionales.
“Así como no mantengo mi vida mediante el robo o la limosna, sino mediante mi propio esfuerzo, tampoco busco obtener mi felicidad por el daño o el favor de otros, sino por mis propios logros. Así como no considero el placer de los demás como el objetivo de mi vida, tampoco considero que mis placeres deban ser el fin de la vida de otros. Así como no hay contradicciones en mis valores ni conflictos entre mis deseos, tampoco hay víctimas ni conflictos de interés entre hombres racionales, hombres que no desean lo no ganado, y no ven a otro con apetitos caníbales, hombres que no hacen sacrificios ni los aceptan.
“El símbolo de todas las relaciones entre esos hombres, el símbolo moral del respeto por los seres humanos, es el comerciante. Nosotros, los que vivimos según valores, no saqueos, somos comerciantes, tanto en lo material como en lo espiritual. Un comerciante es alguien que gana lo que obtiene y no da ni toma lo inmerecido. Un comerciante no pretende que se le pague por sus fracasos, ni que se lo ame por sus defectos. Un comerciante no despilfarra su cuerpo como si fuera forraje, ni su alma como si fuera limosna. Así como no entrega su trabajo excepto a cambio de valores materiales, tampoco entrega los valores de su espíritu -su amor, su amistad, su estima- como no sea en pago por virtudes humanas, en pago por su propio placer egoísta, que é1 recibe de hombres a los que puede respetar. Los parásitos místicos que a través de las épocas han denigrado a los comerciantes y los han mantenido en el oprobio, al tiempo que brindaban honores a los pordioseros y saqueadores, siempre tuvieron claro el secreto motivo de sus burlas: un comerciante es la entidad a la que temen -un hombre justo.
“¿Te preguntas qué obligación moral tengo hacia mis semejantes? Ninguna. Só1o tengo obligación hacia mí mismo, hacia los objetos materiales y hacia todo lo que existe: la racionalidad. Trato con los hombres como lo requiere mi naturaleza y la de ellos: por medio de la razón. No busco ni deseo nada de ellos, excepto aquellas relaciones que ellos quieren iniciar por su propia y voluntaria elección. Só1o puedo tratar con su mente y sólo por mi propio interés, cuando compruebo que mi interés coincide con el suyo. Si ellos no lo ven así, no entro en la relación; dejo que quienes no estén de acuerdo conmigo sigan su camino y yo no me aparto del mío. Para ganar no uso más que la 1ógica, y no me hundo ante nada más que ella. No entrego mi razón ni trato con gente que entrega la suya. No tengo nada que ganar de tontos ni de cobardes; no busco obtener beneficio de los vicios humanos: de la estupidez, la deshonestidad o el temor. El único valor que se me puede ofrecer es el trabajo de la mente. Cuando estoy en desacuerdo con un hombre racional, dejo que la realidad sea nuestro árbitro final; si yo estoy en lo cierto, é1 aprenderá; si estoy equivocado, seré yo quien aprenda; uno de los dos ganará, pero los dos nos beneficiaremos.
“Hay un acto maligno que no está abierto a ninguna controversia, el acto que nadie puede cometer contra otros y ningún hombre puede admitir o perdonar. Mientras los hombres deseen vivir en conjunto, ningún hombre puede iniciar -¿me escuchas?- ...ningún hombre puede iniciar el uso de la fuerza física contra otros.
“Interponer la amenaza de destrucción física entre un hombre y su percepción de la realidad es negar y paralizar sus medios de supervivencia; forzarlo a actuar contra su propio juicio, es como forzarlo a actuar contra su propio sentido de la visión. Quienquiera que, por cualquier causa o finalidad, inicie el uso de la fuerza, es un asesino que actúa bajo una premisa de muerte más amplia que el asesinato: la premisa de destruir la capacidad humana para la vida.
“No abras tu boca para decirme que tu mente te ha convencido de tu derecho a forzar mi mente. Fuerza y mente son opuestos: la moral termina donde comienza un revolver. Cuando declaras que los hombres son animales irracionales y propones tratarlos como tales, defines tu propio carácter y quedas inhabilitado para reclamar la confirmación de la razón, tal como no la puede reclamar ningún defensor de contradicciones. No puede haber ‘derecho’ para destruir la fuente de los derechos, la única vía para juzgar lo correcto y lo equivocado: la mente.
“Forzar a un hombre a renunciar a su mente y aceptar tu voluntad como sustituto, con un revólver en lugar de un razonamiento, con el terror en lugar de la demostración, y la muerte como el argumento final, es intentar existir desafiando a la realidad. La realidad exige que el hombre actúe por su propio interés racional; tu pistola le exige actuar contra él. La realidad amenaza al hombre con la muerte si no actúa de acuerdo con su juicio racional: Tú lo amenazas con la muerte si lo hace. Tú lo pones en un mundo en el que el precio por su vida es la renuncia a todas las virtudes requeridas para la vida, y la muerte mediante un proceso de destrucción gradual es todo lo que tú y tu sistema obtendrán, cuando la muerte se convierta en el poder reinante, el argumento ganador en una sociedad humana.
“Ya sea un asaltante de caminos que enfrenta a un viajero con el ultimátum: ‘La bolsa o la vida’, o un político que enfrenta a un país con el ultimátum: ‘La educación de tus hijos o tu vida’, el verdadero significado de la intimación es: ‘tu mente o tu vida’, pero para el hombre no es posible una sin la otra.
“Si el mal tiene grados, es difícil decir quién es peor: el bruto que asume el derecho de forzar la mente de otros, o el degenerado moral que les permite a otros el derecho de forzar su mente. Ése es el absoluto moral que no está abierto a debate. No considero razonables a hombres que se proponen privarme de mi razón. No entro en discusiones con vecinos que piensan que pueden prohibirme pensar. No apruebo al asesino que desea matarme. Cuando alguien pretende tratar conmigo por la fuerza, le contesto con la fuerza.
“La fuerza puede usarse sólo como represalia y sólo contra quien comienza a usarla. No, no comparto su maldad ni me hundo en su concepto de moralidad: simplemente le concedo su voluntad de destrucción, la única destrucción que tiene derecho a elegir: la suya. Él utiliza la fuerza para obtener un valor; yo sólo la uso para destruir la destrucción. Un ladrón busca obtener riqueza matándome; yo no me vuelvo más rico matando a un ladrón. Yo no busco ningún valor a través del mal, ni rindo a él los míos.
“En nombre de todos los productores que te han mantenido con vida y sólo han recibido como pago tu ultimátum de muerte, ahora respondo con un ultimátum de mi parte: ‘Nuestro trabajo o tus armas’. Puedes elegir uno de ellos; no puedes tener ambos. Nosotros no iniciamos el uso de la fuerza contra otros ni nos sometemos a su fuerza. Si deseas volver a vivir en una sociedad industrial, será en nuestros términos morales. Nuestras condiciones y nuestros motivos son la antítesis de los tuyos. Has estado usando el temor como arma y le has estado trayendo la muerte al hombre como castigo por rechazar tu moral. Nosotros te ofrecemos la vida como recompensa por aceptar la nuestra.
“Tú, adorador del cero, nunca has llegado a descubrir que vivir no equivale a evitar la muerte; que alegría no es ausencia de dolor, inteligencia no es ausencia de estupidez, luz no es ausencia de oscuridad, y una entidad no es ausencia de no-entidad.
“No se logra construir absteniéndose de demoler; siglos de espera en tal abstinencia no levantarán ni una sola columna que evitas demoler. No puedes decirme a mi, el constructor: ‘Produce, y aliméntame a cambio de que no destruyamos tu producción’. Yo te contesto en nombre de todas tus víctimas: perece en tu propio vacío. La existencia no es una negación de negativas. El mal, no el valor, es una ausencia y una negación; el mal es impotente y no tiene más poder que el que permitimos que nos extraiga. Perece, porque hemos aprendido que el cero no puede hipotecar la vida.
“Tú buscas escapar del dolor. Nosotros buscamos lograr la felicidad. Tu finalidad es evitar el castigo. La nuestra, ganar recompensas. Las amenazas no nos hacen funcionar; el miedo no nos incentiva. No deseamos evitar la muerte: deseamos vivir la vida.
“Tú, que has perdido el concepto de la diferencia, que sostienes que miedo y alegría son incentivos de igual poder -y en secreto agregas que el miedo es más ‘práctico’-, no deseas vivir, y sólo el temor a la muerte te une a la existencia que has maldecido. Te lanzas lleno de pánico a través de la trampa de tus días, buscando la salida que tú mismo has cerrado, huyendo de un perseguidor al que no te animas a nombrar, hacia un terror que temes reconocer, y cuanto mayor es el terror mayor es tu miedo al único acto que podría salvarte: pensar. El propósito de tu lucha es no saber, no captar, ni nombrar, ni oír lo que ahora te diré: la tuya es la Moral de la Muerte.
“La muerte es la escala de tus valores, la muerte es la meta que has elegido; debes seguir corriendo, ya que no tienes posibilidad de huir del perseguidor que quiere destruirte, ni del reconocimiento de que ese perseguidor eres tú mismo. Detente, por una vez; no hay escapatoria; quédate desnudo, como te aterroriza hacerlo, pero como yo te veo, y mira lo que te has atrevido a llamar ‘código moral’.
“El punto de partida de tu moral es la maldición, y la destrucción es su propósito, medio y fin. Tu código comienza maldiciendo al hombre, y luego le exige que practique un bien que define como imposible de practicar. Exige, como primera prueba de su virtud, que acepte su propia depravación sin pruebas. Exige que comience, no con un parámetro de valor, sino con un parámetro del mal, que es é1 mismo, y por medio del cual a continuación debe definir el bien: el bien es aquello que é1 no es.
“No importa entonces quién se aproveche de la gloria a la que ha renunciado y de su alma atormentada: un Dios místico con un designio incomprensible, o cualquier transeúnte cuyas llagas infectas se constituyen en un inexplicable derecho sobre é1; no importa, no se supone que el hombre comprenda el bien; su deber es arrastrarse a través de años de castigo, expiando la culpa de su existencia con cualquier cobrador de deudas incomprensibles. Su único concepto de valor es el cero: lo bueno es aquello que es no-humano.
“El nombre de este monstruoso absurdo es Pecado Original.
“Un pecado sin elección es una bofetada a la moral y una insolente contradicción: algo que está fuera de la posibilidad de elección, está fuera del territorio de la moral. Si el hombre es malvado de nacimiento, no tiene voluntad ni poder para cambiar; y, si no tiene voluntad, no puede ser bueno ni malo: los robots son amorales.
“Considerar como pecado del hombre un hecho que no esta bajo su control es una burla a la moral. Considerar la naturaleza del hombre como su pecado es una burla a la naturaleza. Castigarlo por un crimen que cometió antes de nacer es una burla a la justicia. Considerarlo culpable en una cuestión en la que no existe la inocencia es una burla a la razón. Destruir la moral, la naturaleza, la justicia y la razón por medio de un cínico concepto es una hazaña del mal difícil de igualar. Sin embargo, ésa es la raíz de tu código.
“No te escondas detrás de la cobarde evasiva acerca de que el hombre nace con libre albedrío, pero con ‘tendencia’ al mal. El libre albedrío teñido con una tendencia es como un juego con dados cargados: obliga al hombre a esforzarse para jugar; asumir responsabilidades y pagar por el juego; pero la decisión esta desbalanceada en favor de una opción que no puede evitar. Si esta ‘tendencia’ es por su elección, no puede poseerla al nacer; si no la ha elegido, su albedrío no es libre.
‘¿Cuál es la naturaleza de esa culpa que tus maestros llaman el Pecado Original? ¿Cuáles son los males que el hombre adquirió cuando cayó del estado que ellos consideran de perfección? Su mito declara que é1 comió el fruto del árbol del conocimiento, adquirió una mente y se convirtió en un ser racional. El conocimiento del bien y del mal lo convirtió en un ser moral. Fue sentenciado a ganarse el pan con el sudor de su frente: se convirtió en un ser productivo. Fue sentenciado a experimentar el deseo: adquirió la capacidad del goce sexual. Los males por los cuales se lo condena son la razón, la moral, la creatividad, la alegría; es decir, todos los valores cardinales de su existencia. No son sus vicios los que el mito de la caída del hombre explica y condena; no son sus errores los que se exhiben como su culpa, sino la esencia de su naturaleza humana. Fuera lo que fuese, ese robot que existía sin mente, sin valores, sin trabajo y sin amor en el Jardín del Edén, no era un hombre.
“La caída del hombre, según tus maestros, consistió en adquirir las virtudes necesarias para vivir. Esas virtudes, según tu criterio son su pecado. Su mal, afirmas, es ser hombre. Su culpa, acusas, es vivir. A esto lo llamas ‘doctrina de piedad y de amor por el hombre’.
“Dices: ‘No predico que el hombre es malvado, el mal es sólo ese objeto extraño: su cuerpo’. Dices: ‘No pretendo matarlo, sólo privarlo de su cuerpo’. Dices: ‘Quiero ayudarlo, contra su dolor y señalas hacia el potro de tormento al que lo has atado, el potro de tormento con dos grandes ruedas que tiran de é1 en direcciones opuestas, el potro de tormento de la doctrina que separa su alma de su cuerpo.
“Has cortado al hombre en dos, y enfrentado una mitad a la otra. Le has enseñado que su cuerpo y su conciencia son enemigos enzarzados en una lucha mortal, dos antagonistas de naturalezas opuestas, reclamos contradictorios, necesidades incompatibles; que beneficiar a uno es perjudicar al otro; que su alma pertenece a un reino sobrenatural, pero su cuerpo es una prisión del mal que lo mantiene en cautiverio en esta Tierra; y que lo bueno es vencer al cuerpo, minarlo durante años de paciente lucha, cavando un camino hacia esa gloriosa salida que conduce a la libertad de la tumba.
“Le han enseñado al hombre que es un inadaptado sin esperanzas compuesto por dos elementos, ambos símbolos de la muerte. Un cuerpo sin un alma es un cadáver, un alma sin un cuerpo es un fantasma; sin embargo ésa es tu imagen de la naturaleza humana: el campo de batalla de un conflicto entre un cadáver y un fantasma, un cadáver agraciado con una especie de maligna libertad de elección y un fantasma agraciado con el conocimiento de que todo lo conocido por el hombre es inexistente, que sólo existe lo no cognoscible.
¿Te das cuenta de cuál es la facultad humana que dicha doctrina fue diseñada para negar? Fue la mente la que tuvo que ser negada para hacer pedazos al hombre. Una vez que rindió su razón, fue dejado a merced de dos monstruos que no podía calibrar ni controlar: un cuerpo movido por instintos irresponsables y un alma movida por revelaciones místicas; fue dejado como la pasiva víctima de una batalla entre un robot y un dictáfono.
“Y ahora se arrastra entre las ruinas, tanteando ciegamente en busca de sustento; tus maestros le ofrecen la ayuda de una moral que proclama que no encontrará solución y que no debe buscar logros en la Tierra. La existencia real, le dicen, es la que no puede percibir, la verdadera conciencia es la facultad de percibir lo no existente; y si no es capaz de entenderlo, ésa justamente es la prueba de que su existencia es malvada y su conciencia, impotente.
“Como producto de la división del hombre entre alma y cuerpo, hay dos clases de maestros de la Moral de la Muerte: los místicos del espíritu y los místicos del músculo, a los que llamas espiritualistas y materialistas; los que creen en la conciencia sin existencia y los que creen en la existencia sin conciencia. Ambos exigen la rendición de la mente, uno frente a su revelación, el otro frente a sus reflejos. Por más que vociferen ser irreconciliables antagonistas, sus códigos morales son iguales, así como sus objetivos: en lo material la esclavización del cuerpo; en el espíritu, la destrucción de su mente.
“El bien, dicen los místicos del espíritu, es Dios, un ser cuya única definición es que está más allá de los poderes de comprensión del hombre; tal definición invalida la conciencia humana y anula sus conceptos de existencia. El bien, dicen los místicos del músculo, es la Sociedad, una cosa a la que definen como un organismo que no posee forma física, un súper ser no corporizado en nadie en particular y en todos en general, excepto tú. La mente del hombre, dicen los místicos del espíritu, debe estar subordinada a la voluntad de Dios. La mente del hombre, dicen los místicos del músculo, debe ser subordinada a la voluntad de la Sociedad. La medida del valor del hombre, dicen los místicos del espíritu, es la gloria de Dios, cuyos parámetros están por encima del poder de comprensión humano y deben ser aceptados por la fe. La medida del valor del hombre, dicen los místicos del músculo, es el placer de la Sociedad, cuyos parámetros están por encima del derecho de juicio humano y deben ser obedecidos como principios absolutos. El propósito de la vida del hombre, dicen ambos, es convertirse en un zombi abyecto al servicio de una intención que no conoce, por razones que no debe cuestionar. Su recompensa, dicen los místicos del espíritu, le será dada más allá de la tumba. Su recompense, dicen los místicos del músculo, se le dará en la Tierra... a sus tataranietos.
“El egoísmo—dicen ambos- es el mal del hombre. El bien del hombre -dicen ambos- es renunciar a sus deseos personales, negarse a sí mismo, rendirse; el bien del hombre es negar la vida que vive. El sacrificio -sostienen los dos- es la esencia de la moral, la mayor virtud que el hombre puede alcanzar.
“Si eres víctima, no victimario: te estoy hablando frente al lecho de muerte de tu mente, al borde de esas tinieblas en las que te estás ahogando. Si aún queda dentro de ti el poder para intentar aferrarte a esos débiles chispazos que restan de lo que alguna vez has sido, úsalo ahora. La palabra que te ha destruido es ‘sacrificio’. Usa tus últimas fuerzas para comprender su significado. Aún estás vivo. Aún te queda una oportunidad.
“’Sacrificio’ no significa el rechazo de lo vil, sino de lo precioso. ‘Sacrificio’ no significa el rechazo del mal por el bien, sino el rechazo del bien por el mal. ‘Sacrificio’ es la renuncia a lo que uno valora en favor de lo que desprecia. “Si cambiamos un centavo por un dólar, no es un sacrificio; si cambiamos un dólar por un centavo, sí. Si aprendemos una profesión, luego de años de lucha, no es un sacrificio; si luego renunciarnos a ella en favor de otra que nos resulta menos satisfactoria, sí lo es. Si poseemos una botella de leche y se la damos a nuestro hijo hambriento, no es un sacrificio; si se la damos al hijo del vecino y dejamos que el nuestro muera, sí lo es. Si damos dinero para ayudar a un amigo, no es un sacrificio; si se lo damos a un desconocido que no nos importa, sí lo es. Si le damos a un amigo una suma de dinero que podemos afrontar, no es un sacrificio; si le damos más dinero del que podemos, afectando nuestra posición, es, de acuerdo con esta especie perversa de código moral, sólo una virtud parcial; si le damos dinero causando un desastre para nosotros mismos, es la virtud del sacrificio pleno.
“Si renunciamos a todo deseo personal y dedicamos nuestras vidas a aquellos que amamos, no alcanzamos la virtud plena: aún retenemos el valor de nuestro amor. Si dedicamos nuestra vida a desconocidos al azar, ése es un acto de mayor virtud. Si dedicamos la vida a servir a personas que odiamos, ésa es la mayor de las virtudes que podamos practicar.
“Un sacrificio es la renuncia a un valor. El sacrificio total es la renuncia total a todos los valores. Si queremos alcanzar la virtud plena, no debemos esperar gratitud a cambio de nuestro sacrificio, ni elogios, ni amor, ni admiración, ni autoestima, ni siquiera el orgullo de ser virtuoso; la más mínima huella de beneficio diluye nuestra virtud. Si seguimos un curso de acción que no contamina nuestra vida con ninguna alegría, que no nos aporta ningún valor en especie, ni en espíritu, ninguna ganancia, ninguna recompensa... si alcanzamos ese estado de cero absoluto, habremos alcanzado el ideal de perfección moral según el código del sacrificio.
“Te han dicho que la perfección moral es imposible para el hombre y, según tus parámetros, así es. No se puede alcanzar mientras estés vivo, Pero el valor de tu vida y tu persona se mide según cuanto logres aproximarte al cero ideal que es la muerte.
“Sin embargo, si comienzas como un vacío sin pasiones, como un vegetal que busca ser comido, sin valores que rechazar y ningún deseo al cual renunciar, no ganarás la corona del sacrificio. No es un sacrificio renunciar a lo que no se quiere. No es un sacrificio dar la vida por los demás, si la muerte es lo que se desea.
“Para alcanzar la virtud del sacrificio, debes querer vivir; debes amar la vida; debes arder con pasión por esta Tierra y por todo el esplendor que pueda darte; debes sentir el impacto de cada cuchillo que lastima tus deseos y drena el amor de tu cuerpo. El ideal que la moral del sacrificio te presenta no es la mera muerte, sino la muerte lenta por tortura.
“No me digas que todo esto se refiere únicamente a esta vida en la Tierra. No me interesa ninguna otra. Y a ti tampoco.
“Si quieres salvar lo último de tu dignidad, no llames ‘sacrificio’ a tus mejores acciones: esa designación te convierte en un inmoral. Si una madre compra comida para su hijo hambriento antes que un sombrero para ella, eso no es un sacrificio: ella valora al hijo más que al sombrero; pero si es un sacrificio para el tipo de madre para quien el sombrero vale tanto, que preferiría que su hijo padeciese hambre y lo alimenta sólo por sentido del deber. Si un hombre muere peleando por su propia libertad, eso no es un sacrificio: no esta dispuesto a vivir como esclavo; pero si es un sacrificio para el tipo de hombre que está dispuesto a ser esclavo. Si un hombre se niega a vender sus convicciones, eso no es un sacrificio, a menos que sea el tipo de hombre que no tiene convicciones.
“El sacrificio es apropiado para quienes no tienen nada que sacrificar, ni valores, ni reglas, ni juicios, aquéllos cuyos deseos son caprichos irracionales, ciegamente concebidos y fácilmente abandonados. Para una persona de estatura moral, cuyos deseos nacen de valores racionales, el sacrificio es la rendición de lo correcto a lo equivocado, de lo bueno a lo malo.
“El credo del sacrificio es una moral para el inmoral, una moral que declara su propia bancarrota al confesar que no puede infundir ningún interés personal al desarrollo de virtudes y valores; dado que su alma es una cloaca de depravación, debe ser entrenado para sacrificarse. Por su propia confesión, esta moral es impotente para enseñarle a ser bueno y sólo puede someterlo a un constante castigo. ¿Piensas, sumido en un nebuloso estupor, que son sólo valores materiales los que tu moral te exige sacrificar? ¿Y qué crees que son los valores materiales? La materia carece de valor excepto como medio para la satisfacción de los deseos humanos. La materia es sólo una herramienta de los valores humanos. ¿A servicio de qué se te pide que apliques las herramientas materiales que ha producido tu virtud? Al servicio de aquello que tú mismo consideras malo: a un principio que no compartes, a una persona que no respetas, al logro de un propósito opuesto al tuyo... de otra forma, tu ofrenda no es un sacrificio.
“Tu moral te dice que renuncies al mundo material y que divorcies tus valores de la materia. Un hombre cuyos valores no se expresan en forma material, cuya existencia no tiene relación con sus ideales, cuyas acciones contradicen sus convicciones es un hipócrita despreciable... sin embargo, ése es el modelo que obedece a tu moral y separa sus valores de la materia. El hombre que ama a una mujer, pero duerme con otra; el que admira el talento de un trabajador, pero contrata a otro; el que considera que una causa es justa, pero dona su dinero para financiar otra; el que tiene altos parámetros de calidad, pero dedica su esfuerzo a la producción de basura; ésos son los que han renunciado a lo material los que creen que los valores de su espíritu no pueden ser plasmados en la realidad material.
“¿Dices que esos hombres han renunciado al espíritu? Sí, por supuesto. No se puede tener uno sin el otro. Somos entidades indivisibles de materia y conciencia. Renuncia a tu conciencia y te transformarás en un bruto. Renuncia a tu cuerpo y te transformarás en una farsa. Renuncia al mundo material y se lo estarás entregando al mal.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Discurso de John Galt
Maquinado por Stewie Griffin en 16:45
Temas: Ayn Rand, John Galt, objetivismo
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